mércores, 31 de xaneiro de 2007

GUILLERMO DE LA DEHESA (CEPR)

Guillermo de la Dehesa es presidente del Centre for Economic Policy Research de Londres (CEPR)

ENTREVISTA

La próxima recesión

.España lleva 13 años de crecimiento elevado gracias a la globalización y al doble choque del dinero barato y de la inmigración creciente

La desaceleración puede arrancar con el pinchazo gradual de la burbuja inmobiliaria, afectar a la construcción y extenderse

No tengo el más mínimo deseo de asustar al lector con este título, sólo quiero recordarle que los ciclos siguen existiendo y que en España los dos últimos acabaron en recesión, lo que no tiene por qué ocurrir esta vez. Una recesión existe cuando una economía incurre en dos trimestres seguidos con crecimiento negativo del PIB real, en tasa anual. Pueden ser suaves, como fue la de EE UU a finales de 2001, o fuertes, como la española a finales de 1992 y parte de 1993, en la que el PIB llegó a caer a lo largo de cuatro trimestres seguidos un total acumulado del 3% y la tasa de paro aumentó 4,8 puntos porcentuales en los dos años siguientes.
El crecimiento económico es siempre cíclico y todavía siguen existiendo los llamados "ciclos de los negocios", que de acuerdo con la evidencia histórica suelen durar, entre una desaceleración o recesión y la siguiente, unos 10 años en promedio. España sufrió una ligera recesión en 1981 y otra más grave en 1992-1993, pero hoy la economía española lleva ya 13 años de crecimiento ininterrumpido, con una tasa anual media de crecimiento del PIB real de casi el 3,5%, la más elevada y duradera desde los felices sesenta y principios de los setenta.
En general, la persistencia actual del ciclo alcista español puede deberse a que la globalización no sólo está alargando los ciclos, sino que además está reduciendo la severidad y duración de sus fases recesivas. Por un lado, la creciente competencia internacional reduce los precios de muchos bienes manufacturados y algunos servicios y modera los salarios, compensando las subidas de las materias primas y reduciendo no sólo la inflación sino su volatilidad, lo que evita mayores subidas de tipos de interés a corto plazo, lo que tiende a reducir la probabilidad de una recesión. Por otro, los desequilibrios mundiales han creado mucha liquidez en manos de pocos países, que al invertirse en bonos tiende a reducir los tipos a largo plazo y el coste del capital, lo que facilita la inversión y el crecimiento.
Sin embargo, el verdadero origen de este prolongado ciclo alcista ha sido la entrada de España en la Unión Económica y Monetaria (UEM), al igual que el auge en la segunda mitad de los ochenta se debió a la entrada de España en la Unión Europea (UE), que trajo unos años de masivas entradas de inversión directa extranjera y un aluvión creciente de subvenciones y transferencias que impulsaron, por este orden, la actividad, el empleo y el consumo.
El actual ciclo expansivo se debe sobre todo a que a partir de 1994 las crecientes perspectivas de entrada de España en la UEM hicieron que los tipos de interés a corto y largo plazo cayeran rápidamente y que, tras la introducción del euro y la desaparición de la peseta y del riesgo de cambio, los tipos reales cortos empezasen a ser negativos y la clasificación crediticia de España alcanzase el triple A, aumentando la confianza en la economía española. Además, el euro está resultando un escudo protector de tal calibre que hace que las diferencias de nivel de riesgo que los inversores asignan a los países miembros débiles y desequilibrados frente a los virtuosos y estables sean ridículamente mínimas.
Esta dramática caída de los tipos de interés nominales a corto plazo y a largo plazo (desde un 13,3% y 11,7%, respectivamente, en promedio de 1992, a un 3,0% y un 4,7%, respectivamente, en 1999, y al 2,2% y el 3,4%, en 2005) ha desatado una fuerte y larga ola de inversión por parte de las familias en vivienda y en bienes de consumo duradero y luego por las empresas en empleo y bienes de equipo, al tiempo que ha habido una renegociación a la baja de los tipos en los créditos anteriores. A su vez, el aumento de la inversión y del consumo duradero ha acelerado la actividad, la creación de empleo, y éste ha aumentado el consumo y las importaciones.
Sin embargo, dicha caída de tipos ha creado también una burbuja en el mercado de la vivienda (de cerca del 30% real), empujada también y crecientemente por la demanda de vivienda por europeos e inmigrantes, y otra burbuja, derivada de la anterior, en el mercado de la construcción, sector que alcanzó en 2005 el 15,6% del PIB en términos reales y que ha generado el 20% de todo el empleo creado en los últimos 10 años, que a su vez ha representado el 33% del empleo total creado en la UE a 15 miembros. Con ello, la tasa de paro ha caído al 8% y la tasa de empleo ha aumentado, alcanzando a 66 personas por cada 100 en edad de trabajar, frente a 50 hace 10 años.
Este fuerte crecimiento de la demanda de empleo ha atraído mano de obra inmigrante que ha acudido masivamente a España, dando otro fuerte impulso añadido, primero al consumo y ahora también a la inversión en vivienda, manteniendo el crecimiento del PIB en niveles superiores a su potencial. Según las últimas estadísticas, el 1 de enero de 2006 el número de extranjeros empadronados en España era de 3,88 millones, el 8,7% de una población de 44,4 millones, y además hay de 600.000 a 800.000 no empadronados en situación de irregulares en España (u otros países).
Esta entrada de extranjeros ha representado el mayor choque real positivo a la economía española de las últimas décadas, desde la entrada en la UE y en la UEM, ya que ha logrado elevar no sólo el PIB, sino también la fuerza laboral y los contribuyentes a la Seguridad Social y además ha resuelto el problema de la escasez crítica de mano de obra en ciertos sectores como la construcción, la hostelería y el servicio doméstico. Se calcula que la aportación anual de los inmigrantes al PIB en los últimos cuatro años ha sido de 0,8 puntos porcentuales.
En resumen, España ha tenido ya casi 13 años de crecimiento elevado e ininterrumpido gracias a la globalización en general y a un doble choque positivo, uno financiero (dinero barato) y otro real (inmigración creciente), que ha permitido más que compensar el choque negativo del alza del petróleo y de otras materias primas y la mayor competencia internacional.
La otra cara de la moneda es una economía recalentada, siendo la inflación aún casi un punto superior a la de la zona euro, aunque con clara tendencia a la baja, una burbuja inmobiliaria y un elevado déficit por cuenta corriente de la balanza de pagos del 8% del PIB, eso sí, debido en su totalidad, al contrario que el de EE UU, a que la inversión nacional, en porcentaje de PIB (cerca de un 30%), ha aumentado más que el ahorro nacional. Pero dicho déficit muestra también una pérdida indudable de competitividad externa que ha supuesto pérdida de cuota en las exportaciones mundiales y en el mercado nacional.
Además, el actual crecimiento es desequilibrado y poco diversificado, por el peso excesivo del sector de la construcción y por la fuerte aportación negativa del sector exterior al mismo. Finalmente, casi todo el crecimiento se ha debido a la acumulación de los dos factores básicos de producción: trabajo y capital, sobre todo el primero, ya que el crecimiento de la productividad conjunta de ambos factores ha sido el más bajo de la UE a 15 miembros. Es decir, la economía española está boyante, pero su crecimiento es desequilibrado y poco eficiente, lo que hace que la elevada tasa actual no pueda ser sostenible a medio plazo.
Hay otros dos factores fuera del alcance de la política económica española que también van a reducir su crecimiento en los próximos años. Por un lado, el BCE ha empezado a aumentar sus tipos de interés de intervención, encareciendo el coste de los créditos hipotecarios y de consumo duradero de las familias, reduciendo así su renta disponible para otro tipo de gastos y fomentando el ahorro. Por otro, en 2007 empiezan a reducirse progresivamente las transferencias de la UE a España.
Es decir, pese al nuevo repunte de 2006, todos los indicadores apuntan hacia una desaceleración gradual del crecimiento en los próximos años. Que sea menor o mayor va a depender de si las economías de nuestros principales socios comerciales en la zona euro recuperan su crecimiento y su demanda interna potenciales, como es probable que ocurra, y de si la desaceleración de EE UU es gradual y no abrupta, como parece hoy más probable.
Este proceso de desaceleración podría tener el siguiente orden secuencial: primero, la burbuja inmobiliaria seguiría pinchándose gradualmente, es decir, sus precios creciendo más lentamente y finalmente cayendo y, como reacción, el número de viviendas iniciadas empezaría a caer, lo que traería consigo una caída de la creación de empleo en construcción y quizá un alza del paro, lo que reduciría algo la demanda de consumo.
Segundo, el coste de los créditos hipotecarios y de bienes de consumo duradero seguiría subiendo lentamente y las familias tendrían que sacrificar una parte de su consumo corriente para poder hacerles frente. Al subir los tipos de interés habría un mayor incentivo a ahorrar en lugar de consumir, con lo que el PIB crecería menos y la presión de la demanda interna sobre las importaciones se reduciría y mejoraría gradualmente el abultado déficit exterior.
Tercero, al reducirse el consumo de algunos bienes y servicios y aumentar el coste del dinero y del capital, las empresas ralentizarían sus inversiones en existencias y en nueva producción en espera del próximo ciclo expansivo, con lo que su demanda de empleo bajaría y el crecimiento del PIB sería cada año gradualmente menor, pudiendo alcanzar su punto más bajo en 2009 o 2010.
Ahora bien, esta desaceleración cíclica no tendría por qué acabar en recesión sino en un periodo corto de bajo crecimiento si se siguen tomando medidas para atenuarla. La primera es que el sector público (excluida la Seguridad Social) siga manteniendo este año y los siguientes un superávit presupuestario de más del 1% del PIB para poder ser más expansivo cuando el sector privado empiece a desacelerarse y así aminorar su ritmo de caída, especialmente en la construcción, compensándole con mayor inversión en obra pública, y que la Seguridad Social siga aumentando su fondo de reserva, aportando la totalidad de sus superávit actuales, preparándose para un periodo de menores ingresos o contribuciones y mayores gastos o prestaciones.
La segunda es incentivar, en mayor medida, de un lado, la inversión en mejorar la calidad de la educación y la formación y, de otro, la inversión privada en I+D+i y nuevas tecnologías, que son los dos determinantes fundamentales de la productividad total de los factores (PTF), cuyo nivel es especialmente bajo en relación a nuestro entorno. La tercera tiene que ver con la absorción de la mano de obra inmigrante, donde hay que conseguir algo que ya ha logrado EE UU, que es convertir a muchos inmigrantes (jóvenes y emprendedores por definición) en empresarios, bien autónomos o de pymes, para que encuentren alternativas a una posible pérdida de sus empleos, sobre todo en la construcción, donde trabajan una mayoría de ellos.

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